domingo, 28 de diciembre de 2008

Bombo Clap

Y al final se enamora, siento chafarte el final de la película, pero la realidad no es tan ridícula, y te lo pongo en bandeja, soplandote detrás de la oreja, este rap sobre un bombo y un clap, traigo palabras que valen más que una imagen, escribo páginas siempre respetando el margen, podéis contratar un detective, podéis ahorraros cualquier monumento en honor del que escribe, por lo que pueda pasar, confieso que quedan escenarios por pisar y ciudades por conquistar, al abordaje de una furgoneta, disfrutando del paisaje y este amor al arte es todo mi equipaje, entre tu y yo nos une el respeto, eslabón, y sello versos tirando de escuadra y cartabón, somos profesionales, ya te diré cuando fans incondicionales cometan crímenes pasionales, vuelvo a hablar del amor y el respeto, por eso el publico dice que si con un gesto y me siento mas feliz que con zapatos nuevos, y le pongo entusiasmo que es otra clase de orgasmo, cuando no sale el mono sale el perro que llevamos dentro, a veces ladro, otras muevo el rabo, si estoy contento, y a veces duermo mal y desamparado, échame un vistazo que mi ángel de la guarda me dio esquinazo, solo con un papel y un boli me sobra, que ni Cervantes ni Shakespeare dudarían de mi obra, sabes que mi verso es unánime y mi métrica es exacta, pon unos tragos de mas co, que conste en acta.

jueves, 25 de diciembre de 2008

bienvenida

papá noé

miércoles, 17 de diciembre de 2008

—y entonces el león se enamoró de la oveja...
—¡qué oveja tan estúpida!
—¡qué león más morboso y masoquista!

domingo, 14 de diciembre de 2008

09:51

El tiempo está pasando rápido, demasiado rápido. Parece como si ayer hubiese sido uno de diciembre… me sorprendo mirando el calendario y viendo la fecha, 14, ca-tor-ce, ya ha hecho un año de muchas cosas y dentro de unos días hará un año de otras muchas cosas. En ocasiones, (últimamente), me siento vacía, sola, la rutina de mi vida, se vuelve aún más odiosa. Los días pasan, totalmente iguales, totalmente inservibles y muertos, días ¿perdidos? días que nunca más recordaré porque no tuvieron nada de especial, lo que supone una puta pérdida de tiempo, tiempo que no me queda. Calculo unos 60 años si todo va ‘bien’. Ya estoy así, y aun no he cumplido los veinte, no quiero que llegue la crisis antes de tiempo, con la económica está bien, espero que no llegue la social, y con ello…

03:30

me había prohibido a mi misma encender hoy el ordenador, por muchos y variados motivos. el primero, era el de mi existencia, deseaba borrar las pequeñas pistas que fueran dejando mis dedos al contacto con el teclado, porque tú sabes muy bien que todo queda registrado. deseaba hacer nula mi existencia, ser inexistente. deseaba que mi inexistencia y mi nula aparición preocupasen, por lo que me había propuesto desaparecer del mundo (de este mundo, el de mi pantalla de ordenador, no os asustéis) al menos durante dos días, quizá más, hasta que alguien se acordara de mi.

que melodramática me pongo a veces_

sábado, 13 de diciembre de 2008

01:29

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Julio Cortázar, Rayuela

lunes, 8 de diciembre de 2008

Qué se debe

Jefe, qué se debe. Anda tráeme la cuenta. Te iba a pedir la dolorosa, pero me temo que en este caso, además de dolor, va a haber alivio.

Igual no nos viste, pero hace un tiempo entramos los dos juntitos de la mano, ella y yo. Yo que siempre cené solo en mesas de diez, esta vez no había hecho reserva, y ni mucho menos para dos. Elegimos esta mesa porque pensamos que era la más romántica, la más apartada, y la única en la que creímos no haber estado jamás.

Igual no te fijaste, pero vinimos con hambre de muchas cosas, dispuestos a apagar toda sed. El hastío nunca fue opción. Quedarse con las ganas no entró ni en el más barato de los menús.

Durante un tiempo, todo estuvo deconstruido, todo al revés. Comimos con los ojos, tocamos con los labios, y saboreamos con la piel. Nos encontrábamos en todos los turnos, por encima y por debajo del mantel, y no había quien se dejase recomendar. Sabíamos cuál era nuestro plato, en qué punto lo queríamos y hasta cuánto lo íbamos a degustar.

Pero no hasta cuándo.

Quizás por eso, recuerdo perfectamente el día en que ella empezó a pedir fuera de carta. El día en el que mi ensalada fresquita de manías se convirtió en un pesado empedrado de defectos. El día en que su revuelto de dudas leves se transformó en empanada mental.

Y entonces lo vi. Se había enamorado de mí porque deseaba a ese otro en el que pretendió convertirme. Como quien, a fuerza de ir, acaba exigiendo sushi en un mexicano, burritos a un italiano o paella en un japonés.

Fue estúpido tratar de entenderlo. Inútil tratar de saber por qué. Tranquilo, que no te voy a pedir el libro de reclamaciones. No es culpa de nadie. Simplemente pasó, y antes de que nos diéramos cuenta, ella preguntaba lo que comían las otras mesas, los dos bebíamos para no charlar y yo miraba los mensajes del móvil mientras intentaba disimular nuestra crisis de ganas de superar nuestra crisis.

Poco a poco, sin darnos cuenta, nos habíamos transformado en una de esas parejas que al principio mirábamos con mezcla de risa, miedo y pena. Ésas que sólo se hablaban para reprocharse cosas, ésas que transformaban cualquier ocasión en un silencioso y tenso cara a cara, cualquier lugar en una salida, cualquier invitado en un menos mal.

Ahora que ya todo me sabe a tarde, y todo me sienta peor, ahora ya todo me recuerda a un casino. Más importante que saber estar, es saber cuándo largarse. Aunque aquí, como ves, el último que se levanta, la paga.

Hazme un favor, descuéntame todo lo que jamás pedí y aún así tuve que tomar, como sus cenas familiares, sus reproches a mis mejores amigos y mis pajas nocturnas a la luz de la tele.

Tampoco me pongas lo que pedí y jamás me trajeron. Como esa vida juntos, esos planes hechos a mentira, esos hijos que tuvieron nombre mucho antes que existencia, esa casa unifamiliar que jamás hubiera podido pagar.

Descuéntame todo eso y dime cuánto te debo, que yo te lo pago.

Y no te preocupes si al final nada cuadra. No te me apures si pago de más.

Con el cambio, me haces otro favor.

Le envías una botella del mejor champán a los labios de esa mesa.


Risto Mejide